El periodismo y el “no poder”

Por Cristián Cabalín 

Publicado el 6/7/2009 en El Mostrador

El interesante debate generado después de la fotografía de varios periodistas chilenos con Barack Obama ha tenido como eje la relación que establece el periodismo con el poder. Más allá de la obvia preocupación por este vínculo, que muchas veces es sórdido y antiético, existe otra mirada para analizar el estado del periodismo y tiene que ver con su carencia para comprender la complejidad de la sociedad actual.

“¿Para qué queremos periodistas que salgan de las escuelas con mínimas posibilidades de entender dónde están parados y, sin embargo, con facultades para contarle a todos lo que según ellos está pasando?”, se pregunta Fernando Paulsen y una posible respuesta es que no queremos justamente ese tipo de periodistas, sino uno que sea capaz de expresar lo que significan las relaciones sociales de hoy, en un espacio público marcado por temas como la diversidad, la igualdad, la democracia, la participación y la ciudadanía, entre otros.

Es aquí donde está un nuevo foco para analizar la famosa foto de los “enviados especiales” (“rostros periodísticos”, pedidos especialmente por La Moneda) con Obama y es la relación que establece el periodismo con los no poderosos. Es decir, con la mayoría de los ciudadanos comunes y corrientes, en especial, con los jóvenes, mujeres, pobres, indígenas e inmigrantes, por nombrar solo algunos grupos sociales en desventaja.

Cuando el periodismo se relaciona con el “no poder” es más frontal, inquisitivo y casi cruel que cuando lo hace con quienes detentan el poder formal. Acá se disparan los estereotipos, los prejuicios y las simplificaciones. Es posible utilizar todos los métodos, meterse en sus vidas y regocijarse con su miseria.

El mejor ejemplo del trato del periodismo hacia el “no poder” se dio en el tratamiento noticioso, de hace unas semanas, sobre la guagua abandonada en Cerrillos, que primero fue presentado como un caso más en la larga lista de estos episodios. Sin embargo, días después se supo que la recién nacida fue dejada en la calle por una mujer que socorrió a una amiga en un parto sin atención médica. Desde ese momento, los medios, sobre todo la televisión, presentaron el acontecimiento como un caso policial, con dos criminales claramente distinguidas: la “peruana” y la “madre desnaturalizada” (las comillas son para reforzar los énfasis de los medios).

Todo se redujo a la persecución policial y formalización de las involucradas y se obviaron aspectos claves para entender este hecho: la inmigración, la pobreza y los derechos reproductivos de las mujeres. Se destacó constantemente la nacionalidad de una de las mujeres y se obvió que ella corrió los riesgos pese a estar como ilegal en Chile. Además, poco importó que la madre de la guagua tenga 6 hijos más y viva en una vulnerabilidad social extrema.

Las “no poderosas” no tuvieron como defenderse del trato discriminatorio y simplón, nadie corrió a sacarse una fotografía con ellas, nadie cuestionó el tratamiento periodístico a su caso y hoy ni siquiera las recuerdan cuando está en boga la distribución equitativa de la “píldora del día después”. Quizás esa madre nunca hubiera parido un séptimo hijo en condiciones de pobreza, si hubiera contado con este método de anticoncepción de emergencia.

Por eso, asumir el periodismo como una profesión compleja no es solamente hacer buenas preguntas o tener un comportamiento decoroso con las autoridades, es también saber que los fenómenos culturales, económicos, sociales y políticos afectan determinantemente la vida cotidiana de las personas y que muchas veces en esos espacios está la explicación para primero entender la noticia y luego salir a contarla.